PULMAHUE
El sol se levanta con pereza en este invierno liguano, como un hábito de la naturaleza, un manto de niebla cubre la parte baja de la ciudad. Preparo mi equipo fotográfico con esmero, hace una eternidad que no hago el viaje que emprenderé hoy, en compañía de mi infatigable compañero; un desayuno copioso me hace sentir aún más que estoy de vacaciones. Queso de cabra, una o dos tazas de té, la mano tierna de una hermana, la mirada grácil de una hija, el buenos dias de los vecinos de una eternidad... tengo tiempo para llenarme de voces, sabores, aromas...
Desciendo lentamente hacia la ciudad, camino recorrido en tiempo lejanos, caminos de mi cotidiano despertar a la vida.
En un tiempo los silbidos hacian aparecer fantasmas de muchas casas. Hernán, detrás de mi casa, Juan, al extremo del barrio, Ramón al final de la pendiente, Rubén, donde ahora no hay nada, sólo el árbol que nos cobijaba en tardes de falsos estudios, y los ruidos de millones de carcajadas... era el tiempo del viaje al infinito... sólo con algunas monedas en el bolsillo, para despilfarrar a la salida del colegio, donde El Gallina : una bebida para tres o cuatro... un rito perdido en mi memoria y reencontrado con mi regreso tardío.
Atravesamos el puente que separa la República Independiente de La Ligua con Valle Hermoso, ¿destino?, La Quebrada del Pobre y lo que vendrá. La aventura recomienza, 30 años más tarde, un camino sinuoso, como la vida . Una escuela me recibe, tal como recibió mis alaridos de tiempo pasado detrás del corazón; sólo dos lo sabemos.
Bifurcamos a la derecha, las faldas del Pulmahue nos invitan, algunos kilómetros y una figura fantasmal se me aparece en el camino, de su nombre ya no me acuerdo, su historia se estira por ochenta y tantos años, me la cuenta a pedazos, su memoria se detiene en los campos fértiles de este valle, tomo algunas fotografías, lo dejo con su destino y seguimos el viaje
El camino se vuelve sinuoso, con el erotismo que da la naturaleza, la niebla se comienza a disipar , hemos pasado la cima, y nos dirigimos hacia Santa Marta. Las rondas hospitalarias me llevaron en mi infancia a esos lares, el viejo siempre decía que las mejores frutas, la mejor mantequilla y la mejor cazuela eran originarias de este terruño.
Una Iglesia se aparece... o mejor dicho, lo que va quedando de ella. La lluvia se ha infiltrado, como lágrimas de crucifijo, sólo los fantasmas hacen misas. Un poco más lejos, otra iglesia en ruinas, ¿qué pasó?, los lugareños me dicen que terremotos, falta de dinero y las oraciones no dieron los resultados esperados... es mejor seguir.
Algunos kilómetros mas tarde, aparecen cuatro sonrisas que me bloquean el camino, mi infancia se cobija en el pelo desordenado de Manuel, un simple skate es suficiente para partir a la aventura, a la conquista de este valle fértil, Santa Marta le llaman, mi alma se pasea con el paternal cómplice. Hoy, yo cumplo con esa tarea, sus voces me traen a la memoria la poetisa, Gabriela...ella está presente en los ojos de cada uno.
Poco a poco el valle se ensancha, el aroma del Pacífico llena mi olfato citadino, la tarde cae lentamente como esperando mi señal para irse, el Pacífico aparece al horizonte, ese horizonte que siempre está más lejos. Hora de comer, una posada a la vera del camino, tomamos posesión del lugar, pero aquí, son las telenovelas las que importan, ¿los clientes?, ¡que esperen!
Puchicuy se extiende entre montes y dunas, la soledad de la playa contrasta con el bullicio de los niños que juegan a ser capitán de una barca agonizante, miles de preguntas forman un taco en mis oídos, ellos todo lo quieren saber : ¿de dónde vengo?, ¿por qué fotografío?, ¿por qué hablo tan raro ????, en fin , me alejo de ellos tratando de no borrar mis huellas en la arena, mi comparsa se detiene y me observa, ya no soy un desconocido, soy un cómplice, la vida me anuncia que mis huellas ya no están... ¿es el destino del hombre?, no lo sé, sólo sé que esta aventura me quedará, será mi huella del alma.
Italo Lemus Fara
Fotografo de Prensa y Cronista
El sol se levanta con pereza en este invierno liguano, como un hábito de la naturaleza, un manto de niebla cubre la parte baja de la ciudad. Preparo mi equipo fotográfico con esmero, hace una eternidad que no hago el viaje que emprenderé hoy, en compañía de mi infatigable compañero; un desayuno copioso me hace sentir aún más que estoy de vacaciones. Queso de cabra, una o dos tazas de té, la mano tierna de una hermana, la mirada grácil de una hija, el buenos dias de los vecinos de una eternidad... tengo tiempo para llenarme de voces, sabores, aromas...
Desciendo lentamente hacia la ciudad, camino recorrido en tiempo lejanos, caminos de mi cotidiano despertar a la vida.
En un tiempo los silbidos hacian aparecer fantasmas de muchas casas. Hernán, detrás de mi casa, Juan, al extremo del barrio, Ramón al final de la pendiente, Rubén, donde ahora no hay nada, sólo el árbol que nos cobijaba en tardes de falsos estudios, y los ruidos de millones de carcajadas... era el tiempo del viaje al infinito... sólo con algunas monedas en el bolsillo, para despilfarrar a la salida del colegio, donde El Gallina : una bebida para tres o cuatro... un rito perdido en mi memoria y reencontrado con mi regreso tardío.
Atravesamos el puente que separa la República Independiente de La Ligua con Valle Hermoso, ¿destino?, La Quebrada del Pobre y lo que vendrá. La aventura recomienza, 30 años más tarde, un camino sinuoso, como la vida . Una escuela me recibe, tal como recibió mis alaridos de tiempo pasado detrás del corazón; sólo dos lo sabemos.
Bifurcamos a la derecha, las faldas del Pulmahue nos invitan, algunos kilómetros y una figura fantasmal se me aparece en el camino, de su nombre ya no me acuerdo, su historia se estira por ochenta y tantos años, me la cuenta a pedazos, su memoria se detiene en los campos fértiles de este valle, tomo algunas fotografías, lo dejo con su destino y seguimos el viaje
El camino se vuelve sinuoso, con el erotismo que da la naturaleza, la niebla se comienza a disipar , hemos pasado la cima, y nos dirigimos hacia Santa Marta. Las rondas hospitalarias me llevaron en mi infancia a esos lares, el viejo siempre decía que las mejores frutas, la mejor mantequilla y la mejor cazuela eran originarias de este terruño.
Una Iglesia se aparece... o mejor dicho, lo que va quedando de ella. La lluvia se ha infiltrado, como lágrimas de crucifijo, sólo los fantasmas hacen misas. Un poco más lejos, otra iglesia en ruinas, ¿qué pasó?, los lugareños me dicen que terremotos, falta de dinero y las oraciones no dieron los resultados esperados... es mejor seguir.
Algunos kilómetros mas tarde, aparecen cuatro sonrisas que me bloquean el camino, mi infancia se cobija en el pelo desordenado de Manuel, un simple skate es suficiente para partir a la aventura, a la conquista de este valle fértil, Santa Marta le llaman, mi alma se pasea con el paternal cómplice. Hoy, yo cumplo con esa tarea, sus voces me traen a la memoria la poetisa, Gabriela...ella está presente en los ojos de cada uno.
Poco a poco el valle se ensancha, el aroma del Pacífico llena mi olfato citadino, la tarde cae lentamente como esperando mi señal para irse, el Pacífico aparece al horizonte, ese horizonte que siempre está más lejos. Hora de comer, una posada a la vera del camino, tomamos posesión del lugar, pero aquí, son las telenovelas las que importan, ¿los clientes?, ¡que esperen!
Puchicuy se extiende entre montes y dunas, la soledad de la playa contrasta con el bullicio de los niños que juegan a ser capitán de una barca agonizante, miles de preguntas forman un taco en mis oídos, ellos todo lo quieren saber : ¿de dónde vengo?, ¿por qué fotografío?, ¿por qué hablo tan raro ????, en fin , me alejo de ellos tratando de no borrar mis huellas en la arena, mi comparsa se detiene y me observa, ya no soy un desconocido, soy un cómplice, la vida me anuncia que mis huellas ya no están... ¿es el destino del hombre?, no lo sé, sólo sé que esta aventura me quedará, será mi huella del alma.
Italo Lemus Fara
Fotografo de Prensa y Cronista
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